Jose Ignacio Redondo, Menudos huevos

Jose Ignacio Redondo, Menudos huevos

Las ponedoras más mimadas de España. Están en una granja de Ávila. A las gallinas les gusta Kenny G. En su descargo habría que decir que las ponedoras se pirran también por las arias de María Callas, Montserrat Caballé y Renata Scotto.

Y que incluso hay estudios realizados en kibutz israelíes que han determinado que su productividad aumenta si escuchan la poderosa música de Richard Wagner. Pero lo del saxofón de Kenny G. es especial. No sé qué tiene, pero les encanta.

Cuando se lo pones, se quedan media hora calladas. Luego sacan un tamaño de huevos que te mueres», razona José Ignacio Redondo rodeado de 40.000 gallinas ponedoras en su granja de El Barraco, en Ávila. Redondo sostiene en su mano derecha la prueba definitiva: un huevo de casi 200 gramos de peso.

Esto es El Barraco, señores, cuna de ciclistas como Ángel Arroyo, Carlos Sastre y el desaparecido «Chava» Jiménez, que hicieron piernas en los repechos de La Paramera. Estamos aquí porque la granja avícola de los Redondo es la única de España que, a día de hoy, cumple la nueva normativa europea para estas instalaciones.

El año que viene, todas las granjas de gallinas deberían tener otro aire y ser como ésta. «Pero no creo que dé tiempo. Las inversiones son muy fuertes y los bancos no están por dar créditos en estos tiempos.

Hoy hay unos 43 millones de gallinas en España; con los cambios en las granjas, no llegarán a los 22 millones.

¿Consecuencias? Pues que subirá el precio de los huevos», pronostica Redondo.

Las nuevas granjas persiguen que las pollitas, encerradas en jaulas y sometidas a un incesante ritmo productivo, no pierdan el instinto y tengan unas condiciones de vida dignas: que puedan subirse a un palo, limarse las uñas, poner los huevos a oscuras en un nidal, rascarse y limpiarse el culo y espolvorearse el cuerpo con pienso, lo que los biólogos llaman un baño etológico.

Según la norma de la Unión Europea, que obligará a una completa renovación de las granjas avícolas españolas antes de 2012, cada ave deberá disponer de, al menos, 750 centímetros cuadrados en la jaula.

A las mejores mesas

Las gallinas de granja, esas incansables ponedoras, tienen una vida desconocida, casi secreta diríamos.

José Ignacio Redondo presume de sus 40.000. La inversión en esta granja enriquecida, su nombre oficial, ha costado a los hermanos Redondo 1,5 millones de euros, pero se les nota satisfechos.

Cada día, parten desde El Barraco decenas de miles de huevos con destino a las mejores mesas del país.

En el restaurante del Ritz, después de que dos de sus catadores dieran el plácet al sabor y a la consistencia de la yema, preparan platillos con sus productos.

También en Zalacaín y en el Café Gijón. Los dueños de El Mesón de la Tortilla les gastan 600 docenas cada semana. En Casa Lucio los Redondo son la estrella de sus huevos estrellados. «Y el Rey, cada vez que va al restaurante Landó, sale con su docenita de huevos bajo el brazo», presume José Ignacio Redondo.

Su hermano César nos guía por la nave: 70 metros de longitud por 30 de ancho donde, a cinco alturas, se sitúan las gallinas. Todo está controlado.

En una esquina, bajo una escalera y cubierto por el polvo del pienso, está el reproductor de música.

La música clásica, les encanta a las gallinas ?

Suena a toda mecha «Bel raggio lusinghier», de Rossini, un aria muy bella, llena de escalas y melismas, que las gallinas siguen con embeleso, interrumpiendo a ratos su incesante cloqueo.

La ópera, más que nada, sirve para que se acostumbren a la voz humana, para que estén más relajadas y no se alboroten cuando trabajamos dentro», confía César.

En cada jaula hay 20 animales. Las aves disponen de cinco palos de color amarillo en cada una para subirse y estirar las patas. Las gallinas, la verdad, no es que estén muy cómodas según los estándares humanos, pero al menos, nos dicen, no viven ya las apreturas de las granjas convencionales.

Su ritmo de vida está pautado al segundo. Con cuatro meses, las gallinas llegan a la granja, procedentes de Reus. Son gallinas de raza Hy Line, marrones y americanas, especializadas en poner huevos colorados.

Cada una cuesta 4,5 euros, un pico (que, por cierto, tienen cortado). Al llegar, pesan 1,6 kilos. Como el viaje las suele estresar, las ponedoras pasan su primer mes descansando, con la luz encendida, relajándose y tomando un pienso especial para pollitas hecho con soja, maíz y cebada con un suplementos vitamínicos más aceite de girasol.

Un tallercito con plumas

Todas las gallinas llegan vacunadas contra la salmonella, la peste, la coriza, la bronquitis y la enfermedad de Marek. No están los tiempos para jugársela y menos cuando Alemania se ha visto obligada a cerrar en los primeros días de enero 4.700 explotaciones al haber detectado el empleo de piensos contaminados con dioxinas en las granjas, compuestos cancerígenos que habrían llegado a la carne de las aves.

Mirándolo bien, una gallina viene a ser como un taller-cito con plumas, encargado de proporcionar su óvolo diario y como en cualquier otro proceso productivo, todo está medido y bien medido.

Cada gallina consume 110 gramos de pienso al día y un cuarto de litro de agua que llega de los manantiales de la sierra de Ávila. «Creo que el agua es el único secreto de estos huevos», apunta José Ignacio Redondo.

Cada jornada productiva, las gallinas viven un ciclo con 16 horas de luz y 8 horas de sueño.

Es en ese tiempo cuando las aves preparan el huevo que depositarán luego en el nidal, una especie de mini probador de grandes almacenes con cortinillas rojas.

La música logra que su producción se incremente en un 2%.

La alta temperatura corporal de las gallinas (42º) hace que las granjas sean verdaderos volcanes. Aquí, junto al Alberche y en las faldas de la sierra de Gredos, unos paneles en el techo ayudan a refrigerar y ventilar la nave. «Intentamos bajar siempre de los 24º. Eso provoca que cada gallina coma 8 gramos más de pienso cada día.

Es más caro, pero se nota en la calidad del huevo», dice César Redondo. Las gallinas comen 10 toneladas diarias de pienso. En otras explotaciones, pasan más calor, beben más agua y ponen huevos de inferior calidad. Eso se nota, nos dicen, en el espesor de la clara, que se mide en las llamadas unidades Haugh.

Cada día, 37.000 huevos salen de esta nave. Unas cintas los recogen y los conducen a la clasificadora. Los XXL pesan 80 gramos o más. Los XL andan por los 73 y los L pesan entre 63 y 73 gramos. «La media son de unos 70 gramos, talla L», apunta el tercer hermano, Antonio Redondo.

La docena de los XL se vende en los supermercados a 1,70 euros.

Fuera, vemos encinas bicentenarias, de troncos y copas hermosas, que forman parte del monte comunal, un pastor sabio ha colocado un sofá desvencijado bajo la fenomenal hojarasca de una de estas encinas memoriosas.

«Aquí haremos la granja para las gallinas camperas», dice César.

Es una fin-quita plantada de viña donde picotearán las gallinas de una nueva explotación de alto nivel. «Bruselas exige que cada una disponga de, al menos, 4 metros cuadrados de terreno y que haya tres tipos de arbusto en la finca. ¿Por qué? Para que tengan sombra en verano. Aquí hay enebros, encinas y viñas». Un futuro idílico, comparado con el apelotonado presente.

Claro que, tanto para las camperas como para las que viven en jaulas enriquecidas, hay siempre un fin. Al cabo de quince meses de poner huevos casi a diario (las propias gallinas regulan sus fértiles ovarios y descansan tres o cuatro días al mes), son sacadas de las jaulas y llevadas al matadero. ¿Su destino? Cubitos.

No valen para otra cosa, pese a su excelente alimentación sus pechugas son tan duras (en comparación con los tiernos pollos sacrificados con dos meses) que incomodarían nuestros paladares, como ya lo hacen los pollos verdaderos de recias y sabrosas carnes.

«Con dos años, una gallina no sirve más que para hacer sopa», cabecea José Ignacio Redondo. ¿Duro? No. Más bien al contrario. «El día que se las llevan yo las despido dándoles las gracias porque se han portado de maravilla. La gallina -suspira- es el animal más agradecido que hay: te gastas una peseta y te da dos; te gasta dos y te da cuatro».

Fuente: Julián Méndez

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